La urbanización representa una de las transformaciones antropogénicas más significativas del paisaje, con efectos profundos y duraderos en los ecosistemas naturales. Si bien la atención pública suele centrarse en las consecuencias para la flora y fauna superiores, las comunidades fúngicas, componentes esenciales de los ecosistemas terrestres, experimentan alteraciones igualmente significativas, aunque menos visibles. Este artículo explora en profundidad cómo los procesos de urbanización afectan la biodiversidad fúngica local, analizando los cambios en la composición de especies, la reducción de la riqueza fúngica y las implicaciones ecológicas de estas transformaciones. Mediante datos científicos, estudios de caso y análisis estadísticos, buscamos comprender la compleja dinámica que rige las comunidades fúngicas en entornos urbanos y periurbanos. Los hongos desempeñan funciones ecológicas fundamentales: como descomponedores, reciclan nutrientes esenciales; como simbiontes micorrícicos, facilitan la absorción de agua y minerales por las plantas; y como patógenos, regulan las poblaciones vegetales. Su sensibilidad a los cambios ambientales los convierte en excelentes bioindicadores de la salud del ecosistema. Por lo tanto, comprender cómo la urbanización modifica estas comunidades no es solo una cuestión de interés micológico, sino que tiene implicaciones más amplias para la gestión de los ecosistemas urbanos y la conservación de la biodiversidad en contextos influenciados por el ser humano.

La Antártida, el continente más remoto e inhóspito de la Tierra, representa uno de los entornos más extremos de nuestro planeta. Con temperaturas que pueden descender hasta los -89 °C, vientos catabáticos que superan los 300 km/h y una capa de hielo que alcanza espesores de más de 4 kilómetros, este desierto polar parecería completamente inadecuado para la vida. Sin embargo, contra toda expectativa, la vida persiste y prospera en estas duras condiciones, y entre las formas de vida más sorprendentes que han colonizado la Antártida se encuentran los hongos. Estos organismos, a menudo asociados con bosques húmedos y ambientes templados, han desarrollado extraordinarias estrategias de supervivencia para adaptarse a un entorno donde el agua está disponible principalmente en forma sólida, los nutrientes son extremadamente escasos y la radiación ultravioleta alcanza intensidades letales. El descubrimiento y el estudio de estos hongos extremófilos no solo amplía nuestra comprensión de los límites de la vida en la Tierra, sino que también abre nuevas fronteras en la investigación biotecnológica y farmacológica, y en la comprensión de los mecanismos de adaptación que podrían tener implicaciones para la colonización de otros planetas.

Cuando pensamos en micología, la ciencia que estudia los hongos, solemos pensar en laboratorios modernos, microscopios y publicaciones científicas, pero nunca en los pueblos indígenas. Sin embargo, existe otro inmenso corpus de conocimiento, quizás incluso más antiguo y arraigado, preservado por pueblos antiguos de todo el mundo. Estas comunidades, en simbiosis con sus territorios durante milenios, han desarrollado una comprensión holística y sofisticada del reino fúngico, que va mucho más allá de la simple distinción entre especies comestibles y venenosas. Su conocimiento tradicional de los hongos abarca la medicina, la espiritualidad, la ecología y la cultura material, representando un patrimonio invaluable y, lamentablemente, cada vez más amenazado. Este artículo emprende un profundo viaje a través de los continentes para explorar la compleja y fascinante relación entre las poblaciones nativas y los hongos, revelando un mundo de conocimiento con mucho que enseñar a la ciencia moderna.